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Flores Arrancadas son poemas que nacen de dentro y que es preciso arrancar para poderlos entregar en un lugar como éste.

lunes, 1 de octubre de 2012

El niño uncido



EL NIÑO UNCIDO

(A LOS NIÑOS DE ESE TIEMPO DE CAMINOS)

 

Antes de que el alba despuntara

entre aquel corro de pinos

y el final de los caminos,

antes de que el gallo despertara

y concluyera la alborada,

arreando a su destino

caminaba un niño uncido

entre dos bestias de carga.

 

Zapatos estrenados un domingo

del que apenas recordaba

cuando Dios resucitaba

si el invierno era benigno.

Rodillas de remiendo mal zurcido,

la camisa remangada

y si el cielo amenazaba

una manta por abrigo.


Ojos plenos de legañas,

el cabello un remolino

donde brota ese flequillo

que ocultaba su mirada.

Su nariz acostumbrada

al aroma del tomillo,

del romero y del peligro

de la aullante noche clara.

 

Cetro a veces y otra espada

templa a golpes de cuchillo

la rama de un olmo herido

 mientras canta en voz velada:

“No temáis mi bella dama,

lo que empuño es el castigo

para quien busque su cobijo

en el bosque de mi amada.”



No hay corcel en esta marcha

solo escuchan Pardo y Pinto

las arengas del bendito

general de voz timbrada.

 

No hay soldados en la marcha,

vencedores ni vencidos,

solo el sol que ya diviso,

juez que imparte la alborada.

 

Gólgota de un héroe infante,

tierra de batalla y labor,

de siembra, trilla y sudor,

madre tierra, tierra madre.

Al calvario de su carne

¿por qué Dios le abandonó?

Ese Dios llamado Amor,

de alma ciega y voz distante.

 

Siete soles por semana

iluminan el semblante

de este regio navegante

de la tierra en calma.

Su ilusión siempre varada

a ese puerto de otros mares

donde sueña en oleajes

de bruñidas cumbres blancas.

 

Mar curtido en piel y sangre,

tierra santa que trabajas

y no entiende de palabras,

de conquistas ni parajes

más allá de este paisaje

cincelado con tu azada.

 

Tierra humilde castellana,

madre tierra, tierra madre,

tierra de secos ropajes,

de raíces en la nada

y de surcos como garras

que se agarran al infante

arañando los caudales

de sus ojos secos de miradas.

 

Ya retorna el niño uncido

de las tierras de labor,

ya desfila en procesión

el paso de un sol tardío

que olvidó darle cobijo

entre sombras de oración.

Quizás no oraste con fervor

y su fuego es tu martirio.

 

¿Quién merece este designio?

¿quién concede al inocente

la desidia de las gentes

y un futuro malherido?

¿Quién otorga paraísos?

¿Quién le da cuatro paredes

al hogar donde envejecen

los sueños del uncido?

 

Cuando crezcas, niño uncido,

seas bestia o seas hombre,

serás siempre lo que esconde

ese rostro maldecido.

Crecerás entre el olvido

de alimañas que conocen

el santo que dio tu nombre

y el linaje de tu apellido.

 

Y tú,

aquel niño perdido

que olvidaste ser chiquillo,

has dejado junto al trillo

la inocencia y el destino.

 

Y tú,

ese niño escarnecido
 
que olvidaste ser mocillo,

has dejado en el camino

el candor y la fortuna

de olvidarte de ser niño

y solamente ser el hijo

que jamás lloró en la cuna.

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