Renunciar a tus besos
por ceder a sus consejos,
¡jamás!
Renegar de esta emoción
y abrazar la sinrazón,
¡jamás!
Repudiar tu piel,
alejarme de su miel,
¡jamás, jamás, jamás!
¡Qué tiñan sus ojos del color de sus
entrañas
para verte del color que tienen tus miradas!
¡Y qué juzguen mi destino por los
versos que te escribo,
y que tornen en molinos los gigantes y
mezquinos!
¡Qué caigan cada noche sobre mí todas
las voces,
qué ardan sus pudores en un fuego de
temores!
Nadie convencerme pueda
al mostrarme los colores,
los que no tienen las flores,
que no eres tú mi ramo preferido
pues quizá fuera descuido,
omisión o ligereza
que en aquel jardín lucido
no brotaran flores negras.
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